martes, 14 de junio de 2016

A 57 años de expediciones junio sobreviviente Mayobanex Vargas Vargas cuenta su historia

Era aproximadamente las 3:00 de la tarde de un domingo 14 de junio de 1959, cuando un grupo de 54 expedicionarios de distintas nacionalidades, despega en el avión C-46 Curtis desde una pista clandestina que Fidel Castro tenía en Sierra Maestra, Cuba. Durante una hora reinó un silencio sepulcral, que solo interrumpió el canto del Himno Nacional dominicano, ya que todos temían que la aeronave fuera derribada. Su principal objetivo era llegar a República Dominicana para derrocar el Gobierno de Rafael Leonidas Trujillo.
En el grupo se destacaba una persona, por ser el que conocía al dedillo la zona donde aterrizaría el avión, por lo que venían totalmente confiados en que el arribo de la aeronave, que estaba camuflada con las insignias de la Aviación de República Dominicana, sería todo un éxito. Y así fue, pero lo que Mayobanex Vargas Vargas no sabía era que tenía que sortear tantas veces con la muerte tras su llegada al país para enfrentar un gobierno con el armamento más grande de América Latina para entonces.
Cuando Mayobanex escuchó que el comandante del grupo, Enrique Jiménez Moya, estaba preparando la lista de los que llegarían en el avión, se interesó en formar parte del grupo, se acerca a él explicándole que era campesino y que conocía al dedillo la zona donde aterrizarían, por lo que creía conveniente que él viniera en el viaje. 
Jiménez Moya no lo pensó dos veces, veía en Mayobanex la persona idónea para cuando llegaran a las montañas pudiera guiar al grupo. Saca un integrante de la lista y lo agrega a él. Al que sacaron murió junto a otros compañeros que vinieron seis días después en la embarcación.
Cuando pisaron suelo criollo
Al pisar suelo dominicano, el grupo de divide en dos, uno coge para la izquierda y el otro hacia la derecha. Mayobanex formaba parte del grupo de la izquierda, pero notó que iba muy lejos, por lo que decidió devolverse e integrarse al de la derecha, al primero lo eliminaron casi por completo.
Al salir airoso de esta emboscada, su líder de grupo le ordena que le quite 250 de los 500 tiros que trajeron cada integrante del grupo para que los guardara en un lugar que solo él supiera, para cuando se presentara la necesidad de utilizarlos. Otro compañero lo escuchó y asumió la responsabilidad del mandado, cuando se necesitaron las municiones, que su compañero las fue a buscar fue sorprendido por un ataque se lo llevó de paro.
Ya son tres las veces que este joven, de apenas 23 años había escapado a la muerte, pero no sabía cuántas otras le quedaban. Aún así seguía su lucha con la convicción de que lo único que tenía seguro era la voluntad y el coraje de salvar a un pueblo de la dictadura.
Tras varias semanas subiendo y bajando montañas, y sufriendo el apresamiento de su padre por la decisión que había tomado su hijo, Mayobanex decide entregarse. Era una tarde del cinco de julio, y para ello le avisó a Petán Trujillo, quien de inmediato lo mandó a buscar.
“Me entregué en la finca de nosotros, en Blanco, en la loma. Un pequeño valle de esa montaña (Constanza), donde yo había soñado combatir a Trujillo como guerrillero. Por la radio yo conocí todas esas personas organizándose, a Fidel, y empecé a crearme ideas propias en esas montañas”, narra Mayobanex al recordar aquellos difíciles momentos.
Durante su traslado a la comandancia deciden pasarlo por el frente de la casa de su madre, “para que lo viera por última vez”. Al encontrarse se abrazan y se besan bajo un mar de llantos, la despedida de su madre fue una súplica al Todopoderoso, que a él le entregaba su hijo, plegaria que hizo hincada en el mismo medio de la vía.
Él se marcha y las miradas de ambos se confunden en la distancia. Al llegar a la comandancia le esperaba un intenso interrogatorio, pero también a la puerta aguardaban dos periodistas norteamericanos, que desde que el expedicionario llegó se interesaron por conocer su caso.
Sólo de pensar que lo iban a entregar a uno de los hombres de confianza de Trujillo sembraba el terror en su pensamiento.
Pero ahí no fue mucho lo que éstos pudieron hacer, ya los militares sabían que debían obrar fino, para que el mensaje no pasara fuera de las fronteras. De un interrogatorio, donde el jefe de operaciones hacía las preguntas y se las respondía él mismo, no pasó. Fue entonces cuando, ya en horas de la madrugada, deciden enviarlo al centro de tortura que operaba en San Isidro. Para ello utilizaron un avión que despegó de la misma pista donde aterrizaron cuando llegaron desde Cuba.
“Yo veo esos dos señores altos y rubios con cámaras, me doy cuenta que son periodistas, cuando me llevan con una ametralladora puesta aquí (señalando para el costado derecho, y amarrado, paso por el medio de los periodistas, los miro, con la mirada les pedí tantas cosas”, recuerda.
El paredón
Mayobanex calificó el trayecto como “el viaje al infierno”, por la forma en que operaban los centros de tortura. Entendió que lo peor estaba por llegar. Y así fue. “Hubo un momento de desesperación cuando me estaban torturando con un bastón eléctrico que llamé a mi mamá y a mi Dios”. Ya por ahí habían pasado 67 de sus compañeros, cuyos cuerpos encontraron en una fosa común del lugar.
fuente.listindiario.com

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