Llegó a este mundo el 15 de mayo de 1911, en Colonia, Alemania, en el calor de una típica familia de clase media de aquella época. Al terminar sus estudios primarios, se dirigió a Bonn, donde inició cursos de preclínica. No terminó allí y se trasladó a Düsseldorf, donde vivían sus padres, para acabar sus estudios.
Era 1932 y Herta Oberheuser estaba feliz. Ya tenía su título, pero además de su ánimo, quería devolverle a su patria algo de todo lo que, afirmaba, había recibido de ella. Fue por eso que tres años después decidió alistarse en la Liga de Mujeres de Alemania, que era dirigida por Gertrud Scholtz-Klink, una figura femenina clave del criminal régimen nazi que ya había nacido y crecía con pasos gigantes.
En Ravensbrück, la joven enfermera fue colocada bajo la tutela de Karl Franz Gebhardt, un famoso médico alemán de las Waffen SS y "padre" de estas criaturas siniestras. Quedó deslumbrada, como el resto de sus compañeras. Su credencial de presentación era ser el docente más recomendable para que explicara cómo experimentar con personas.
En ese campo de concentración a las afueras de Berlín -y uno de los pocos en Alemania- los responsables médicos realizaban experimentos para saber qué tipo de medicamentos llevarles a sus hombres en el frente de batalla. Los detenidos podían servir de mucho, pensaron. Fue así que para conocer los efectos de determinados medicamentos sobre los humanos, tomaban un prisionero y los herían como si fueran soldados. Penetraban su carne con clavos oxidados, astillas de madera y otros tipos de torturas. Les generaban gangrenas, les inoculaban malaria… Luego, aplicaban sobre ellos una medicina de diferentes formas para saber si eso serviría para los hombres que luchaban por los delirios de Hitler y la supremacía aria. La mayoría moría, irremediablemente.
Pero no fue aquello lo que hizo de Oberheuser una enfermera infame. Especializada en dermatología, la mujer se ofreció para otro tipo de experimentos. Quería saber cuánto tardaba un hueso quebrado en reconstituirse. Destrozaba a las prisioneras y esperaba pacientemente el tiempo necesario hasta que se recuperaban. Si es que lo hacían. Si el tiempo demandado en volver a la normalidad era mayor que lo esperado, se las fusilaba. No había tiempo que perder.
fuente:infobae.com
0 comentarios:
Publicar un comentario