viernes, 15 de diciembre de 2017

REPORTAJE NEW YORK TIMES: Vivir y morir, tragedia en Haití

Los 10 hombres se ponen sus overoles de polipropileno blanco, cierran las cremalleras y luego se ponen los guantes de látex. Algunos se amarran bolsas de plástico alrededor de sus tenis. Otros fabrican mortajas blancas con gorros médicos improvisados.
Estos son sus “blouz mÚ”. Sus batas de la muerte.
Un trabajador saca un paquete de cigarrillos mentolados del bolsillo y se los ofrece. Vueltas de mano abren una botella de ron, echa la cabeza hacia atrás tomando un trago y se lo da al hombre que está a su lado, que hace lo mismo. Se están preparando para la espeluznante tarea que les espera.
Son las 11 de una calurosa mañana de septiembre y los hombres han venido a recoger a los muertos no reclamados, abandonados en las morgues de la principal funeraria de la Rue de l’Enterrement, el Camino del Entierro, en el centro de la ciudad.


La calle está llena de bares y solares vacíos, donde hombres con sandalias plásticas observan madera para los ataúdes hechos a mano, así como las enormes paredes de la prisión más grande del país y el perímetro pintado de vivos colores de College Bird, una escuela privada donde el exdictador FranÁois Duvalier envió a sus hijos.
Al igual que el país en sí, el Camino del Entierro se extiende entre aquellos que lo tienen todo y aquellos que no tienen nada. Incluso las funerarias más modestas ofrecen servicios a partir de 1,100 dólares, mucho más allá de la capacidad económica de la mayoría de los haitianos, que viven con 2 dólares al día o menos.
No importa qué tan rico en amor puedan ser, la mayoría de las personas no pueden pagar esas tarifas. Y así, los cuerpos de sus hijos y madres esperan aquí tanto tiempo que sus rostros se derriten, su piel se deshace. Están apilados uno encima del otro en montones horribles y húmedos que se asemejan a las pinturas medievales del purgatorio. Los hombres que finalmente han venido a rescatarlos no son amigos o parientes. No conocen sus historias individuales. Pero reconocen la pobreza. “No tuvieron oportunidad”, dice RaphaÎl Louigene, el líder fornido y de suave voz del equipo funerario. “Pasaron sus vidas en la miseria, murieron en la miseria”, agregó.
Fundación St. Luke
Louigene y los demás hombres trabajan para la Fundación St. Luke para Haití, una organización caritativa que comenzó en el año 2000 para ayudar a los más pobres del país. Fue iniciada por el jefe y figura paterna de los hombres, Rick Frechette, un sacerdote y médico católico estadounidense.
fuente:listindiario.com

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