Al arribar a su cuadragésimo cuarto aniversario, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) se encuentra en el sitial privilegiado de ser, hasta ahora, la organización política más exitosa en la historia de la República Dominicana.
Nunca antes, en democracia, ninguna institución política había logrado obtener cuatro triunfos electorales presidenciales consecutivos.
Tampoco había acompañado esos triunfos presidenciales de tres victorias continuas en el ámbito congresional y municipal.
En la historia nacional, simplemente, ningún partido había cosechado ocho victorias electorales, entre presidenciales y a otros puestos electivos, por encima del 50 por ciento de los votos.
Eso no lo lograron ni el Partido Rojo ni el Partido Azul en el siglo XIX. Ni los jimenistas u horacistas a principios del siglo XX. Tampoco la Unión Cívica Nacional, el Partido Reformista Social Cristiano, o el Partido Revolucionario Dominicano luego de la desaparición de la satrapía trujillista, en los más de 50 años de proceso de democratización que ha vivido nuestro país.
Ese firme y consistente respaldo electoral sólo lo ha conquistado en sus 44 años de trajinar político, la estructura creada por el profesor Juan Bosch: el Partido de la Liberación Dominicana.
A todas las organizaciones políticas que han resultado victoriosas en su tránsito por la historia se les han presentado las mismas disyuntivas que en estos momentos se les presentan a la formación política que, en el marco de la democracia, mayores éxitos ha cosechado en la historia de la República Dominicana: el Partido de la Liberación Dominicana.
Para continuar acumulando nuevas victorias al servicio del pueblo dominicano, tal vez haga falta siempre apelar, dentro de las filas del partido morado, a un valor sencillo, pero fundamental para la convivencia humana: el de la prudencia.
Es posible que fuese quizás a eso a lo que de manera subliminal quiso referirse una reciente publicación de la redacción del periódico El Día, titulado, Morir de Éxito, como Ícaro.
En la mitología griega se cuenta que Dédalo fabricó alas para él y para su hijo Ícaro, enlazando plumas que unía con hilo.
Luego, las adhirió al cuerpo aplicando cera.
Dédalo advirtió a Ícaro que fuese prudente; que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, pero tampoco demasiado bajo porque las olas del mar mojarían las alas y no podría volar.
Luego de aprender a dominar el aire, Ícaro se sintió tan confiado que de manera imprudente empezó a subir de altura. Quiso ascender al sol, pero en su afán subió tanto que se derritió la cera y cayó al mar, donde murió ahogado para desconsuelo de su padre Dédalo.
La lección es simple: Evitar morir de éxito.
Que así sea.
FUENTE:listindiario.com
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