Natalia Rodas recuerda los abdominales que hacía en el piso y cómo levantaba frazadas mojadas para que tuvieran más peso. Le habían dicho que después de tomar las pastillas estos ejercicios la ayudarían a interrumpir el embarazo que no deseaba. Y mientras esperaba que sucediera, bebía té con hierbas para relajarse.
Rodas, de 31 años, consiguió la medicación abortiva de manera clandestina en una farmacia de su barrio en un suburbio de clase baja al norte de Buenos Aires. Tuvo que desembolsar más del doble del sueldo que cobraba como empleada administrativa. Tomó algunas pastillas y otras se las colocaron en la vagina, sin certezas sobre el origen y estado del medicamento, y empezó la rutina de ejercicios físicos que le había recomendado una conocida.
Días después los calambres abdominales se intensificaron, fue al baño, hizo fuerza “como de un parto” y expulsó el saco gestacional con el embrión. “Gracias al aborto ilegal viví situaciones horribles”, admitió la mujer. Su pareja de entonces no quería hacerse cargo y su situación económica no le permitía asumir la responsabilidad de criar sola a un niño.
fuente:listindiario.com
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