lunes, 12 de mayo de 2014

“La enfermera trabaja poniéndose en el lugar del otro, sabiendo que el paciente siente y padece”

SANTO DOMINGO.- Su gran sonrisa y sus ojos del color de la hierba tostada delatan su simpatía. El largo pelo azabache, recogido sobre su nuca y su piel resplandeciente, revelan su juventud.
Permanece casi inmóvil, con los dedos entrecruzados sobre las piernas y observa los movimientos de sus compañeras. Toca con sus dedos los retoños de la lacia melena, libres de ataduras y que enmarcan su rostro. Los oculta detrás de sus orejas, revelando sus pendientes. Su pelo y el sillón contrastan con la blanca bata y la pared tintada de un amarillo pálido.
Se acomoda en la silla y adelanta el torso, mientras juega con sus dedos para mantener a raya el nerviosismo.
“Este es un trabajo por vocación. Si no siente amor por el prójimo, ni por las personas que te rodean, no vas a sentir amor por el paciente. El enfermero debe tener un sentido humano…. Tener un corazoncito que lata muy fuerte por el otro”, asegura Ebelin Elizabeth Tejeda, enfermera del Sub-Centro de Salud Hainamosa, con seis años de experiencia en el sector salud.
Desde muy pequeña sintió el llamado de ayudar a los demás. Aunque no recuerda su primera experiencia como enfermera, Ebelin cuenta que sí posee inmortalizado en su mente que gracias a la formación recibida en sus años de universidad, no sintió miedo.
“Vienes con una formación y sabes prácticamente todo lo que debes hacer. En la universidad te preparan. Te llevan al Billini, al Gautier, a la mayoría de los hospitales de aquí. Tuve que enfocarme en que tengo que ayudar al paciente para que viva y prepararlo para darle asistencia lo más rápido que pueda, claro, manteniendo la calma”, afirma segura de sí misma.
“Un enfermero o enfermera trabaja poniéndose en el lugar del otro, sabiendo que el paciente siente y padece, siente dolor. Todo el que viene, es a buscar ayuda. Tienes que pensar que cuando tienes un dolor, para asimismo, atender al otro”.
Y son esta determinación y sensibilidad las que han ayudado a superar casos conmovedores y situaciones de enorme estrés.
Recuerda con tristeza una ocasión en uno de sus turnos nocturnos, en el que recibió una joven en la sala de urgencias con una “puñalá”, la cual dejó expuestos parte de sus órganos. Narra,  – reviviendo en su mente cada instante –, que en esa ocasión le invadió la sorpresa y la lástima, debido al peligro de la herida y la edad de la paciente.
Señala que a pesar del impacto inicial, tuvo la fortaleza suficiente para reaccionar y poder actuar con premura ante la situación y de esa forma estabilizar a la paciente “para mandarla rápido de aquí”, dice, con los ojos bien abiertos, aunque sólo pudieron estabilizarla para que fuese transportada a un centro de salud más grande, especializado en ese tipo de emergencias, en el que puedan salvar su vida.
“Te pones bien nerviosa, porque piensas que el paciente se te puede morir en cualquier momento. Ya estaba blanquita porque se estaba desangrando. Todavía lo recuerdo. Uno se queda triste. Pasan las semanas y todavía tienes esa imagen en tu mente”.
“Aquí soy la enfermera y allá soy la mamá”.
No tiene otro empleo. Ebelin tiene que enfrentarse diariamente a largas horas de trabajo, por demás, agotadoras física y mentalmente, y que es en muchos casos, mal remunerado.
“Con el trabajo de enfermera se puede subsistir pobremente. Hay que cohibirse de algunas cosas, porque este sueldo da a penas para el sustento diario”, lamenta casi resignada. Oculta los ojos tras sus parpados, revelándolos segundos después.
Pero las dificultades económicas no son las más espinosas de afrontar. Lo más difícil es enfrentar a los familiares de pacientes que llegan en estado crítico o han perdido sus vidas, comenta Ebelin, quien indica que en ocasiones les corresponde a las enfermeras asumir la responsabilidad de darle la desgarradora información del deceso de su ser querido.
“Son casos difíciles a los que uno se enfrenta, porque se enfrenta a los familiares, darles la noticia, verlos como lloran”, suspira. Aprieta los labios: “En esos momentos en que uno ve a los familiares desesperados, uno ve a su propia familia, ve a sus propios hijos. En cualquier momento puede pasar”, dice con voz pausada y desanimada, mirando hacia abajo y cruzando sus brazos.
Sin embargo, las tristezas son tantas como las alegrías. Aunque no puede olvidar su trabajo, al llegar a casa, Ebelin intenta dejar de lado las imágenes que se adhieren a su mente día tras día, aunque sea de forma momentánea al ver los rostros de sus hijos –de seis y un año –, con lo que logra sobrellevar la situación.
“Uno se olvida un poco, pero al rato vuelve, pero aquí soy la enfermera y allá soy la mamá”.
Alegría.
Sus jornadas de trabajo no discriminan entre horas y días feriados. Desprenderse de sus hijos para cumplir con su deber, otorgan un agregado a la dificultad de ser un “Ángel de la Salud”.
“Uno se siente mal cuando debe trabajar en los días festivos, pero  hay que cumplir con el trabajo. De eso vivimos. Si no trabajamos, no podemos sustentarnos”, dice sonriente.
Semana Santa no es la excepción. Ebelin cuenta que el Sub-Centro de Salud Hainamosa, recibe muchos menores de edad intoxicados por bebidas alcohólicas, pero se alegra de poder estar ahí para ayudar.
Pero, esto no la detiene y prefiere pensar en la mayor alegría que puede tener una enfermera: cuando un paciente mejora por las atenciones que suministran.
“Hay muchos momentos alegres que uno pasa aquí. Cuando puedes ayudar, especialmente a niños, llegas a tu casa con una satisfacción de que hiciste tu trabajo y no sufrieron tanto”, dice, esbozando una gran sonrisa, predicando con el ejemplo de tener un corazón limpio y bondadoso, que no deja espacios a duda de su gran humanidad, amor y entrega total.
fuente:acento.com

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